Enseñar a enseñar: una aproximación a la obra. Yo, profesor Teaching to teach: an approach to the work. I, a teacher

Santiago López R. 

https://doi.org/10.25965/trahs.3246

Este texto intenta acercar al lector a la obra Yo, profesor, a las ideas que provocaron su origen, su estructura y su temática. También pretende reflexionar acerca de la enseñanza en las escuelas normales y de los retos que deben enfrentar los docentes normalistas como formadores de educadores proactivos y comprometidos con su sociedad. En cierto tono autobiográfico el autor expone sus vivencias como docente normalista, escritor y músico; a su vez, se muestran en este texto las reflexiones en torno a la misión más compleja de la docencia: “enseñar a enseñar”.

Ce texte est un essai destiné à faire connaître l’ouvrage Moi, professeur au lecteur; ce qui a motivé sa conception, sa structure, son thème. Il se veut aussi une réflexion sur l'enseignement imparti dans les écoles normales et les défis auxquels les professeurs normaliens doivent faire face en tant qu'éducateurs dynamiques et engagés dans leur société. Par le biais de l’autobiographie, l'auteur retrace ses expériences à la fois en tant que normalien, écrivain et musicien et nous fait part de ses cogitations sur la mission la plus complexe qui soit de l'enseignement: « apprendre à enseigner ».

Este texto procura aproximar o leitor da obra Eu, Professor, das ideias que lhe deram origem, sua estrutura e seu tema. Visa também refletir sobre o ensino em escolas normais e os desafios que os professores normalistas devem enfrentar como educadores proativos e comprometidos com a sua sociedade. Em certo tom autobiográfico, o autor expõe suas experiências como professor, escritor e músico normalista; por sua vez, este texto apresenta reflexões sobre a mais complexa missão do ensino: “ensinar a ensinar”

This text tries to bring the reader closer to the work I, teacher, to the ideas that caused its origin, its structure and its theme. It also aims to reflect on teaching in normal schools and the challenges that normalistas teachers must face as proactive educators who are committed to their society. In a certain autobiographical tone, the author exposes his experiences as a normalista teacher, writer and musician; at the same time, this text shows reflections on the most complex mission of teaching: "teaching to teach".

Índice

Texto completo

Yo, normalista

Mi ciudad es pequeña, no somos más de 450.000 personas, no es un portento comercial o industrial, no tenemos rascacielos ni tenemos una gran infraestructura. Manizales, mi ciudad, es una localidad universitaria, un centro estudiantil. Tenemos cinco universidades de calidad nacional e internacional y muchas instituciones educativas de todo talante, incluyendo dos escuelas normales dedicadas a la formación de los futuros docentes de Colombia. Podría decirse que nuestra mayor virtud es la vocación académica.

Una de estas instituciones es la Escuela Normal Superior de Caldas, fundada en 1910. Como todas las Escuelas Normales, tiene como misión formar docentes. Su larga historia obliga a la excelencia, y he intentado responder a este llamado de la mejor manera.

Mi historia y la historia de la Escuela Normal Superior de Caldas confluyeron en el año 2015. Después de ser nombrado en propiedad mediante concurso público de méritos debía elegir una institución en la cual enseñar; como he dicho anteriormente, Manizales tiene muchas instituciones públicas de calidad como el Instituto Técnico Francisco José de Caldas, el Colegio de Cristo o el Instituto Universitario de Caldas, del cual soy orgulloso egresado. Sin embargo, la Escuela Normal Superior de Caldas ofrecía para mí un reto: enseñar a enseñar. Tomé la decisión luego de sopesar cuidadosamente las opciones.

El aspecto más apasionante de este constante “enseñar a enseñar” es la práctica pedagógica, un proceso en el cual nuestros estudiantes deben orientar clases con el acompañamiento de un docente titular. Las clases están dirigidas a alumnos de básica primaria, desde preescolar a grado quinto. Los docentes practicantes deben presentar la planeación de sus clases, una vez aprobada esta planeación deben orientar las actividades propuestas. Posteriormente, y como paso final, el docente acompañante realiza una retroalimentación señalando aspectos por mejorar. Este proceso, en el caso de los estudiantes de IV semestre, aspirantes al título de normalista superior, se repite sin pausa durante seis meses.

Tuve la fortuna de acompañar a un docente practicante en mi segundo año de labores. Una tarde cualquiera este joven diligente, atento e inteligente se me acercó, en su rostro se advertía cierta angustia; sin duda, algún predicamento daba vueltas en su mente. “Profesor, ¿Usted cree que yo sirva para esto?”, me dijo de repente.

La pregunta me sorprendió, tenía una excelente relación con el chico y había alabado su trabajo en varias ocasiones. Entonces recordé una conversación que habíamos sostenido la tarde anterior, en ella había yo criticado duramente una de sus clases. El tema orientado no era dominado en su totalidad por el practicante, ni se habían desplegado las herramientas didácticas indicadas.

“Yo pienso que sí sirve ¿Usted qué piensa?”, repliqué. Su respuesta me dejó perplejo: “Ser como usted quiere es muy difícil, profesor”. Mentalmente repasé cada una de las palabras que le había dicho, quería entender cuál de ellas le había hecho pensar que no estaba calificado para la labor de enseñar. Yo nunca había intentado, conscientemente, hacer que el docente practicante que tenía a mi cargo fuera como yo deseaba que fuese, entendía que con mi exigencia lo estaba motivando, al parecer no era el caso.

En ese momento descubrí la magnitud de la empresa que tenía por delante. Ciertamente, los docentes de las escuelas normales podemos arruinar una brillante carrera docente con nuestras palabras o guiar por el camino del éxito a una mente capaz. ¿Cuál es el límite exacto entre exigir intelectualmente y causar frustración? ¿Brindamos a nuestros estudiantes las herramientas necesarias y suficientes para que sean lo mejor que pueden llegar a ser? ¿Estamos preparados para enseñar a enseñar?

Estas preguntas, aún hoy, siguen sin respuesta; enfrentarse a ellas diariamente requiere disciplina y paciencia, pero sobre todo autocrítica. He aquí el reto permanente de un docente normalista: enseñar a enseñar obliga a la exigencia y a la reflexión constantes.

Después de compartir opiniones y experiencias con el docente practicante de mi historia, durante todo su proceso de práctica, asistí a su graduación. Estando allí sentado, viéndole recibir su merecido diploma como normalista superior, pensé que para corregir algunos de los pocos errores que había yo identificado en su quehacer era necesario brindarle herramientas metodológicas claras, no solo palabras bien intencionadas. Ese fue el primer momento en el que me propuse escribir un libro para profesores en formación como él, un libro que les brindase luces acerca de lo que debe hacerse o debe evitarse a la hora de enseñar. No sabía por dónde empezar, pero la semilla estaba sembrada.

Soy licenciado en música de la Universidad de Caldas, el instrumento que me llevó a elegir ese pregrado fue la guitarra. Esta ha sido parte de mi vida desde los 13 años, he enseñado lo poco que sé de este maravilloso instrumento a muchas personas; de cierta manera, siempre había creído que dedicaría mi carrera docente a la enseñanza musical y guitarrística. Sin embargo, al llegar a la Escuela Normal Superior de Caldas las plazas para docente de educación artística-música ya habían sido ocupadas por algunos talentosos compañeros. Las directivas valoraron mi conocimiento gramatical y mi poco talento para escribir, y decidieron que orientara la asignatura de lengua castellana. Estaba lejos de la música.

No obstante, mi inclinación hacia lo musical me llevó a entrometerme en algunas clases de guitarra y pude observar los enormes vacíos técnicos en la interpretación del instrumento. Pude observar malas posturas, esfuerzos innecesarios y un parcial desconocimiento de la lectura y escritura de la música.

Ya que dichas clases no hacían parte de mi asignación académica y que corregir a mis compañeros no hace parte de mis funciones laborales, decidí incluir en el texto, aquel que me había propuesto crear, una sección acerca del aprendizaje de la interpretación de la guitarra. Recordé paso a paso la manera en que aprendí a tocar y la manera en que fui corrigiendo errores, siguiendo los consejos de mis maestros. Quien enseña debe recordar constantemente los aspectos que representaron dificultad en cualquier proceso de aprendizaje que haya llevado a cabo, así será más fácil ayudar a sus estudiantes a superarlos cuando estos se presenten.

Consignando estas dificultades técnicas propias fui creando un pequeño método, una herramienta metodológica que ponía a consideración de mis compañeros cada tanto. Sin duda, sus aportes fueron vitales en la construcción de lo que posteriormente llamé Programa de estudio para la interpretación de la guitarra, texto que describiré más adelante.

Este método requiere una segunda parte, diseñada para los estudiantes de grado once, que abordará temáticas como armonía básica aplicada a la guitarra y composición de canciones sencillas aplicada a la enseñanza de diversas temáticas.

Escribo de manera asidua desde hace unos 10 años, mi primer libro fue Guillermo Rendón G: 5 obras de cámara y trazos biográficos, como trabajo final de mi pregrado en música. Luego escribí El hombre y su relación con la música, una reflexión filosófica acerca del fenómeno sonoro musical, como trabajo final de mi posgrado en filosofía. He escrito cuentos y artículos para un periódico local llamado La Patria. Lo último que escribí es una novela intitulada Cuando todos comenzaron a flotar.

Sin embargo, nunca me he considerado un escritor. He leído las palabras escritas por Cortázar, Gabo, Borges, Camus, Hemingway, Carrasquilla y muchos otros… en honor a la verdad, no encuentro relación alguna entre su oficio y el mío. Yo escribo, pero no soy escritor, lo mío es narcisismo provinciano. Yo soy un chico pobre de barrio, nací en una casa con piso de tierra, no recibí una formación literaria férrea, no tengo familiares influyentes ni vengo de una casta de escritores, todos mis antepasados han sido trabajadores ejemplares, pero ni uno solo se ha dedicado a la escritura profesionalmente. Sin embargo, con todo en contra, hay algo en mí que me impulsa a escribir. Aunque sepa que no tengo ni la formación ni el talento necesarios para igualar a los gigantes que he mencionado, siento que debo plasmar mis ideas en el papel.

Siento también que debo ligar de alguna manera todas las habilidades que he desarrollado a lo largo de mi formación y mi ejercicio profesional. Alguna vez me pregunté: ¿Cómo podría hacer coincidir mi vocación literaria con mi carrera docente?

Esta lucha constante por escribir con un mínimo de coherencia, esta lucha permanente en contra de mis limitaciones me ha permitido desarrollar ciertas estrategias para superarlas. Por otro lado, la labor docente me ha permitido observar los problemas de mis estudiantes a la hora de comunicar sus ideas de manera escrita. Muchas de esas equivocaciones y limitaciones son las mismas que he experimentado, así que la conclusión es lógica: si los errores y tropiezos de mis estudiantes se parecen a los que yo he ido enfrentado y superando con algún éxito, entonces debería compartirles mi manera de enfrentarlos. Así confluyen mi vocación literaria y mi vocación docente.

Sin embargo, esto requería un método, un paso a paso. No podría corregir a cada uno de los 200 estudiantes que tengo a cargo, menos podría corregir individualmente cada error de los 1.000 estudiantes de la Escuela Normal Superior de Caldas. Un texto de carácter metodológico que se ocupara de mejorar el uso de algunos aspectos sintácticos de la lengua castellana escrita debía unirse al método, casi terminado para entonces, acerca de la interpretación de la guitarra.

Así nació De categorías y tildes.

Mientras trabajaba en De categorías y tildes surgió Carta a un aprendiz de profesor. Este escrito es producto de una de mis clases, mis estudiantes de grado noveno querían saber cuál había sido mi motivación para dedicarme a la docencia, cuestionamiento que, como se imaginaran ustedes, suele ser recurrente en una Escuela Normal. La pregunta que hizo las veces de disparador fue la siguiente: ¿Qué debo hacer para ser un buen profesor?

Uno de mis estudiantes expresó esta duda en mitad de la clase, me dejó sin palabras. Alguna vez escuché que considerarse buen profesor es el primer paso hacia la resignación y la mediocridad, así que le dije a mi estudiante que yo mismo no era un buen profesor y que por lo tanto no estaba capacitado para responder. Sin embargo, la duda quedó en el aire y todos en el aula quedamos a la expectativa.

Dediqué dos días a la redacción de un texto que ayudara a resolver esta duda, me enfrentaba a temas espinosos, a saber: la definición de “buen profesor”, el papel del docente en la sociedad, la finalidad de la labor docente y la difícil cuestión de profesar el conocimiento adquirido sin entrar en fatuidades.

El resultado de este esfuerzo reflexivo fue socializado con el grupo de estudiantes que, con sus dudas, fomentó su creación. Las amables correcciones de mis alumnos fueron incluidas en el texto final. No hay mejor crítico que quien tiene la intención de comprender tus ideas.

Esa es la historia que precede a mi obra, en cada una de sus secciones. A continuación, resumiré para ustedes el contenido de mi libro:

La preocupación por los códigos en la obra “Yo, profesor”

Yo, profesor es un compendio de diversas estrategias metodológicas que pretenden facilitar la lectura y la escritura de los códigos necesarios para la comprensión de diversos conceptos propios de la interpretación de la guitarra, la correcta acentuación de las palabras y las categorías gramaticales. Contiene también un llamado a las mentes jóvenes que se interesan por la docencia como camino de vida. El trabajo está divido en tres secciones, a saber:

- Carta a un aprendiz de profesor, reflexión acerca del papel de los profesores en la sociedad y un llamado a la disciplina y al rigor intelectual propio de la labor docente. Es un texto dirigido a aquellos que aspiran a desempeñarse laboralmente como profesores.

- Programa de estudio para la interpretación de la guitarra, es un método sencillo dirigido a los estudiantes de décimo grado de la Escuela Normal Superior de Caldas que se acercan a la guitarra como parte de su práctica instrumental aplicada a su práctica pedagógica. Consta de tres módulos, cada uno dividido en tareas cognoscitivas, que contemplan intensidad horaria, logro a alcanzar y ejercicios prácticos. Este texto reproduce íntegramente, a manera de homenaje, la “Carta a un joven intérprete”, de mi maestro Guillermo Rendón G. Escrito que, sin duda, brindará una profunda enseñanza a aquel que decida dedicarse al ejercicio de la música, sea profesional o recreativo su afán.

- De categorías y tildes, es un texto enfocado en solucionar algunas dificultades que se observan en el ejercicio de la lectura y la escritura de la mayoría de los estudiantes de grado sexto a grado once. Estas dificultades son de orden sintáctico, así que el correcto uso de las tildes y la comprensión de las categorías gramaticales son las temáticas abordadas.

Más allá de esta descripción formal de mi obra quisiera abordar el fondo de Yo, profesor, sus motivaciones y su esencia.

Los docentes de las Escuelas Normales nos enfrentamos a un reto que exige el mayor de los compromisos: enseñar a enseñar. Estar a cargo de la formación de futuros docentes es una labor monumental que supera, por mucho, las habilidades de un profesor promedio. Por esto, entiendo que los textos diseñados para mejorar la práctica docente son muy necesarios en esta labor. “Yo, profesor” es una de estas herramientas metodológicas, pensada para profesores; es un texto que indica a los docentes cada paso que deben seguir para alcanzar los logros en las temáticas propuestas.

No se equivocan quienes afirman que un docente es un profesional de la comunicación. Es un ser humano que, a través de la palabra y toda clase de actos comunicativos, lleva información desde su mente al pensamiento de alguien más, ayudando a transformar dicha información en conocimiento. Por lo mismo, se hace vital que el docente se exprese correctamente, de manera escrita u oral. El futuro docente debe hacer llegar sus ideas a otros con total claridad, además, debe garantizar que el receptor sepa descifrar el código comunicativo empleado. La preocupación por la lectura y la escritura de códigos como condición para la comunicación exitosa está presente a lo largo de Yo, profesor.

Uno de estos códigos es el castellano escrito. Es frustrante para los docentes actuales observar que, a pesar de sus esfuerzos, la pobre comprensión de lectura de los estudiantes persista. Yo creo que una de las causas de esta falta de comprensión de lo leído se debe a la poca apropiación de los códigos utilizados en el proceso de lectura y escritura. A manera de ejemplo: si el estudiante no sabe diferenciar una palabra con tilde de otra similar perderá el contexto y su hilo conductor se habrá roto.

No basta, entonces, que el estudiante aumente la cantidad de tiempo que dedica a la lectura, esta lectura debe ser más eficiente para evitar la pérdida de la motivación. He comprobado, a través de mi trabajo de campo, que los estudiantes que comprenden mejor las normas ortográficas entienden con mayor facilidad lo leído; esta es una conclusión lógica, si se quiere, pero es el fundamento pragmático de mi obra. En este orden de ideas, las tildes y demás virgulillas del castellano se estudian y se apropian mediante la realización de ejercicios breves y concisos. También las categorías gramaticales, que son portadoras de información en sí mismas, se explican con actividades cortas.

Un principio metodológico transversal en toda mi propuesta de enseñanza es evitar los términos complejos. Comenzar una clase escribiendo en la pizarra un título del tipo: “La conjugación de los verbos”, es un error; pues la mención de la palabra conjugar debería ser el último paso, imagino una clase en la cual el estudiante aprenda a transformar los verbos según sus necesidades comunicativas y que su docente le informe al final de la misma que lo que acaba de hacer es conjugar. Empezar con un término desconocido es complicar e invitar al fracaso a una bien intencionada labor educativa.

Otro principio metodológico es la repetición constante de las temáticas. Enseñar las normas del tildado en los ciclos de básica primaria y dar por sentado que los estudiantes ya poseen este conocimiento es un error histórico del sistema educativo colombiano. Propongo repetir estos contenidos anualmente, según cada profesor lo considere pertinente dentro de sus clases.

Otro sistema de códigos comunicativos que se aborda es la notación musical, en el Programa de estudio para la interpretación de la guitarra se analizan diversas maneras de escribir y leer la música, a saber: la notación tradicional y la tablatura. La primera es herencia de la práctica musical occidental, sus inicios pueden rastrearse hasta la lectura y escritura del canto gregoriano, aproximadamente hacia el siglo IX. La segunda es una innovación norteamericana del siglo XX.

Se abordan ambas debido a la popularización de la tablatura en épocas recientes y la facilidad que brinda a los neófitos a la hora de aproximarse a la lectura de la música; sin embargo, es necesario aclarar que la lectura de partituras abona el camino de todo estudiante, no solo en la interpretación de la guitarra sino en la comprensión de la práctica musical en general.

El uso continuo de la guitarra en el aula de clase es importante para fomentar la disciplina, la atención y un sano ambiente de aprendizaje. La Escuela Normal Superior de Caldas, a lo largo de sus 110 años de labor educativa ha visto en la práctica musical un elemento clave en la formación de docentes. El docente normalista debe entender la guitarra como herramienta didáctica, pero debe evitar caer en simplificaciones excesivas, creer que con un bajo nivel interpretativo basta para orientar sus clases lo puede llevar al error. En lugar de ello, ha de mostrarse dispuesto a superar sus límites e intentar convertirse en el mejor guitarrista que pueda ser, para brindar educación musical de calidad a sus estudiantes.

El Programa de estudio para la interpretación de la guitarra está diseñado para los estudiantes de grado décimo, quienes se enfrentan a su segundo ciclo de prácticas docentes. El programa comienza desde el nivel básico y lleva al estudiante disciplinado hasta la ejecución a dos guitarras de una pieza perteneciente al ámbito estético del blues norteamericano de la primera mitad del siglo XX. En el programa se incluye la audición de algunas de las obras para guitarra más representativas, como preludio al cultivo de la apreciación musical, tan necesaria en esta época de globalización de la estupidez, en la que parece que cualquier adefesio sonoro puede ser catalogado como música.

Es así como el estudio de diversos códigos comunicativos se entrelaza con la formación de docentes normalistas en el libro Yo, profesor, un intento de quien esto escribe por aportar a la forja de docentes activos intelectualmente. También es un esfuerzo que pretende aportar al crecimiento intelectual colectivo de la nación.

Les invito a leer mi obra y espero que lo aquí expuesto les permita aproximarse a ella de una mejor manera.

Conclusión

A manera de epílogo quisiera transcribir algunas líneas de mi texto Carta a un aprendiz de profesor. Quisiera que sea objeto de honda reflexión y que juntos, como comunidad académica intentemos resolver una duda que persiste en mí desde que empecé a enseñar: ¿Cuál es la labor última del docente?

Sabemos que debemos orientar nuestras clases con rigor académico, cumplir un horario, ser responsables, ser respetuosos, estar preparados intelectual y físicamente, expresarnos correctamente… pero creo firmemente que éstas son meras formas, son condiciones primeras sin las cuales no podría alguien pisar un aula de clases en calidad de profesor, pero el fondo permanece oculto para mí.

¿Cuál es la función de los profesores? No creo que sea enseñar solamente; el ser humano está diseñado para transmitir su conocimiento y cualquier persona está en la capacidad de enseñarle a otros, sea cual sea su nivel educativo; de hecho, nuestros jóvenes reciben enseñanzas de la internet, de sus padres, de su ambiente. Creer que somos los profesores los únicos que les enseñamos algo es creer en ilusiones vanas.

Siendo así, ¿Para qué habitamos el planeta los profesores?

Carta a un aprendiz de profesor

Fragmento

¿Has caminado por las calles de los barrios pobres de tu ciudad? ¿Has visto la pobreza moral y material en la que están sumidos tus hermanos de especie? ¿Has visto cuán profundo ha caído el nivel intelectual de casi todo nuestro pueblo, inmerso en el fanatismo y la banalidad? ¿Has visto cuánto daño puede causar una clase gobernante envanecida y corrupta a nuestra gente?
Si no lo has hecho, si no lo has visto, si no has pensado en esto ni lo has vivido… no sabes para qué estás estudiando.
La educación es una herramienta de promoción social, defender ese sagrado principio será tu labor, tu profesión, tu ocupación y la razón de tu existencia de hoy en adelante. Cada persona que ayudes a formar intelectualmente va a ser un esclavo menos, piensa en eso. Defiende siempre los valores supremos de la justicia y la equidad, no interesa tu tipo de vinculación laboral, no interesan las amenazas del poder, no importa nada cuando se trata de defender los derechos de tus estudiantes, los de tus compañeros o los tuyos, no calles ante la injusticia, no seas un profesor entre muchos, sé lo mejor que puedas llegar a ser (López R., 2019: 9).

Santiago López R.
Manizales, agosto de 2020